La cara de Aníbal

Gonzalo Sarasqueta

7:30 am. Salen los primeros rayos de sol en Plaza de Mayo. Por delante del vallado de Casa Rosada aparece él. Saco, corbata, bigote simétrico y semblante imperturbable. Una docena de periodistas lo acosan con preguntas. Tranquilo, responde a todas: a algunas de forma concisa, a otras, con pirotecnia verbal. El graf del noticiero cambia constantemente. Son treinta minutos de títulos resonantes. Chicanas, aforismos, rabietas y acusaciones de alto voltaje decoran el acting. Ha dado su rueda de prensa el jefe de gabinete de la nación, Aníbal Fernández.

El precandidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires por el Frente para la Victoria es un político sin medias tintas. Según la encuestadora Ibarómetro posee una imagen negativa del 50 % y una apreciación positiva del 42,7 %. Números que ponen a la vista la fisura que provoca su personaje en la opinión pública.

Pero también habría que interrogarse cuántos de esos 50 puntos de rechazo son de su patrona, Cristina Fernández de Kirchner. Porque Aníbal, quizás como pocos jefes de ministros, ha comprendido perfecto su papel como dique mediático de la máxima autoridad del país. Día a día atrapa toda munición periodística dirigida al despacho presidencial. En criollo: es el que pone la cara. Para las inauguraciones, las inversiones, las obras y demás buenas noticias está la jefa. Labor que, evidentemente, no interpretaron muy bien Jorge Capitanich ni Juan Manuel Abal Medina.

Su carrera comenzó como intendente de Quilmes en 1991. Pero su primer blindaje político-mediático lo hizo como secretario general de Eduardo Duhalde, entre enero de 2002 y mayo de 2003. Ahí, en un contexto de crisis institucional, estrenó la verborragia numérica, el sarcasmo y la elocuencia. Los coletazos del corralito y los asesinatos de Kosteki y Santillán fueron sus primeros retos mayúsculos. Después pasó a estar bajo el ala de Néstor Kirchner. Durante su gestión, terminó de transformar su lengua en látigo. Y, desde el 2007 hasta la actualidad, se vistió de escudero de CFK, ocupó diversos cargos: ministro de Justicia, senador, secretario general de la Presidencia y, en dos ocasiones, jefe de gabinete. Derrotero que pone de relieve su pragmatismo o, siendo más benevolente, su lealtad peronista.

“No te entra una bala”, le confesó alguna vez Alejandro Fantino. Razones hay. Aníbal Fernández tiene cintura mediática. Su retórica gana por conocimiento, ingenio o, la mayoría de las veces, cansancio. Maneja los cuatro soportes comunicacionales: televisión, radio, gráfica y redes sociales. En cada uno impone su impronta: una mezcla de altanería, simpatía y picardía. Y, quizás, lo más importante, nunca pierde los estribos. Sabe alterar los ánimos de su interlocutor sin mostrar una microexpresión de fastidio o una subida de volumen.

El desafío que tiene por delante es bisagra: dejar de ser “el alcahuete de los número uno” -actividad que le encanta, según él- y convertirse en un militante de su propia causa. De súbdito de la nación a patriarca de la provincia más poblada del país. Y en ese salto deberá revisar su libreto. O, mejor dicho, sus modos, si realmente quiere ser el gobernador de todos los bonaerenses y no de una pequeña fracción de admiradores. Exabruptos como “La señora Carrió no tiene los patitos en fila”, “¿Sabe cuál es el problema? Que los porteños pasaron muy rápido de las cacerolas al plasma”, “Macri es un vago, vivió toda su vida de franco” o “Los piqueteros ven una pala y les da fiebre”, no conjugan bien con el sillón de Dardo Rocha.

Claro que Jauretche, Yupanqui, Sócrates, Discépolo, Kant, Cervantes y José Hernández seguirán siendo la materia prima de sus exposiciones. La biblioteca no cambiará. Tampoco el estilo enciclopédico, que incluye desde citar de memoria cualquier ley del Código hasta repetir algún fallo de la Corte Suprema en los últimos 50 años.

Probablemente también continúen los duelos con Magdalena Ruiz Guiñazú, María O’ Donnell y Joaquín Morales Solá, entre otros comunicadores críticos del oficialismo. Porque hay que reconocerlo: Aníbal Fernández -más por ansias de celebrity que por convicciones republicanas- nunca abandonó el ring mediático. Mientras el kirchnerismo se replegaba y hermetizaba, el presidente de la Confederación Argentina de Hockey continuó atendiendo y rindiéndole cuentas -a su manera- al cuarto poder.

Y no solo eso. El kirchnerismo se tomó a sí mismo muy en serio. Su afán por convertir todo acontecimiento -por más nimio que sea- en épica hizo de la política un arte dramático, reacia a toda gracia. El chiste, sin duda, no fue la marca de época. Y Aníbal, en este sentido, fue la excepción. Con sus ocurrencias descomprimió. Bajó la espuma del debate. Mantuvo viva la llama del humor. Y admitámoslo: a más de uno, en medio de la indignación, nos arrebató una sonrisa.

Publicado en infobae.com el 28/07/2015

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