El espectáculo le torció la muñeca al calendario político oficial

Gonzalo Sarasqueta

Lejos del 10 de julio, fecha legal donde se debería iniciar la actividad proselitista, Tinelli dio el disparo de salida enShowmatch. Allí los tres presidenciables favoritos de las encuestas –Massa, Macri y Scioli–comenzaron la batalla simbólica. Ante la carencia de ejes programáticos consistentes, los candidatos apostaronal humor, la parodia y la estética para diferenciarse. Empate técnico: ninguno sacó ventaja.
¿Se avecina una campaña amigable, distendida, de bajas calorías? La respuesta es ambigua.
Sí, en los estudios de Ideas del Sur, donde el discurso se queda en su fase cosmética. Contenidos por las costuras del marketing político, Massa, Macri y Scioli asistieron a las arenas del hombre de Bolívar a ratificar su capacidad de gobernabilidad mediática. ¿Qué significa esto? Que manejan con habilidad los códigos, las normas y los tiempos del número uno de la pantalla criolla. Cintura que Fernando de la Rúa no supo mover y le costó varios puntos de imagen negativa. Es la prueba de fuego del cuarto poder: antes interesado en la investigación de las arcas estatales, hoy abocado a medir el aura de celebrity de los políticos.
Y no, en el barro de la política, donde la narrativa muestra sus colmillos y se sincera. Acá, los secretos del rating son desplazados por las reglas de la realpolitik. Atrás quedan el rictus estetizante, Tan Biónica, la “Enana” Feudale, los nudos de corbata a una mano. En su lugar aparecen las pistolas Taser, el ceño fruncido, las policías locales, el rec constante de las cámaras de seguridad, los drones. El repertorio lingüístico de la seguridad que busca cazar esa emoción primaria denominada miedo.
Detrás de él van los principales aspirantes al sillón de Rivadavia. La mayor parte de su munición verbal está dirigida a conectar con esa fibra sensible de la ciudadanía. Materia prima para la demagogia. Esta es la estrategia discursiva principal que enlaza a Massa, Macri y Scioli. Los tres emplean un vocabulario filoso –“chorros”, “impunidad”, “puerta giratoria”, “garantismo”– para activar los marcos relacionados al miedo que habitan en nuestro cerebro. En otras palabras:los conceptos que estimulan las estructuras mentales y nos impulsan a decodificar la realidad a través del temor.
Y como si fuera poco, los medios de comunicación tradicionales completan el guión con una agenda cargada de asesinatos, asaltos, violaciones, motines, secuestros, etc. Una programación circular que tonifica el discurso punitivo de los candidatos y carga el sentido común de la sociedad con pánico, paranoia y fobia social. Se genera una simbiosis perfecta: la televisión y la radio, por sus lenguajes simplificadores, se presentan como los dispositivos idóneos para amplificar esta prédica correctiva. Ambos sacan su tajada: más presencia en la agenda (políticos), más audiencia (medios).
Producto directo de esta comunicación: el vecino pasa a ser un sospechoso; el almacenero del barrio se arma de pies a cabeza; se genera una fuerte polarización entre víctimas y victimarios; el tejido social se debilita; la justicia imparcial desaparece como mediación del conflicto; más anomia; y la espiral del miedo desemboca en el “voto garrote”. Ahí aguardan Massa, Macri y Scioli.
Como bien señala el experto en ciencia cognitiva, el norteamericano George Lakoff, esta reacción frente a la criminalidad tiene su génesis en lo ideológico. Los conservadores suelen reflexionar en términos de causas directas, reduccionistas, y en código individual; mientras los progresistas piensan de forma compleja, profunda y sistemática, procedimiento analítico que les dificulta insertarse en una opinión pública formateada por la cultura de los eslóganes. Esto explica el populismo penal imperante en estas tres variantes de la derecha democrática local: a problemas complejos (violencia, pobreza, exclusión, desigualdad), soluciones sencillas (endurecimiento de las penas, más vigilancia, disminución de la imputabilidad penal, etc.). Fórmula discursiva que le ha dado buenos resultados: su cosmovisión, hoy en día, es hegemónica.
Por lo pronto, si los estudios demoscópicos andan con puntería, se puede augurar que tendremos un presidente ameno, simpático y ajustado a los cánones del show: un Berlusconi argento. Pero también que, si estos tres candidatos son coherentes con sus arengas disciplinantes, el 10 de diciembre, el recrudecimiento del aparato represivo será política de Estado.Sea ministro/a de seguridad Alejandro Granados, Guillermo Montenegro o Florencia Arietto, sobre esta materia no habrá disidencias: la sintonía discursiva mutará en un triunvirato del miedo.

Publicado en lavanguardiadigital.com.ar el 27/07/2015

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