Rasgos comunes de la “nueva” extrema derecha

Gabriel Puricelli

La victoria de Jair Bolsonaro en Brasil no ocurre en el vacío. En un rápido repaso del mapa mundi de este a oeste encontramos a Rodrigo Duterte en Filipinas, a Narendra Modi en China, a Imran Khan en Pakistán, a Recep Recep Tayyip Erdoğan en Turquía, a Viktor Orban en Hungría, Andrzej Duda en Polonia, Donald Trump en EE.UU. La lista sólo incluye a líderes extremistas en regímenes democráticos competitivos, si agregáramos a monarcas absolutistas, regímenes no competitivos o de partido único y gobiernos electos democráticamente que está violando masivamente los derechos humanos la lista sería más larga, abarcando desde el rey de Arabia Saudita hasta Nicolás Maduro. Más larga sería aún si sumáramos a las ultraderechas europeas que hoy integran gobiernos de coalición (Italia, Noruega y Austria), que apoyan externamente a gobiernos de centroderecha (Dinamarca) o que son o bien la principal fuerza de oposición o la mayor crecimiento reciente (Francia y Alemania).

Sería ingenuo pensar que se trata de un contagio o de una oleada, tomando metáforas prestadas de ámbitos que no tienen que ver con la política, con la esfera en el que la ciudadanía dirime sus temas comunes. Por el contrario, más que detenerse en la superficie de las similitudes que se observan entre estos líderes que hemos listado, hay que preguntarse por las condiciones que favorecen que emerja esta búsqueda de respuestas a los problemas sociales que acepta respuestas abiertamente no democráticas a las mismas.

Los países mencionados tienen tantas diferencias históricas, tantas formas particulares de construcción de la democracia, composición étnicas y religiosas tan variadas que encontrar una única explicación a la llegada al poder de líderes en los que se advierte con facilidad rasgos comunes sería una simplificación inaceptable. Ello no quiere decir que no podamos encontrar rasgos comunes.

Uno que salta a primera vista es que hay a disposición líderes que están dispuestos a desafiar ciertos límites tácitos autoimpuestos por sus predecesores en el período democrático que los precede. Es decir, hay líderes que se valen del principio de que todo lo que no está explícitamente prohibido está permitido para franquear las barreras de los que se puede decir, primero, y de lo que se puede hacer, después. Se trata de políticos que se valen de la libertad de expresión para atacar verbalmente a minorías, que no dudan en transitar tópicos del sentido común que sus predecesores o sus adversarios actuales consideraban tabúes y aplican una lógica de tierra arrasada. Las reglas conocidas de la democracia presuponen un interés de los que compiten en preservar el juego. Ello supone que la vocación por ganar está parcialmente mitigada por la aceptación de que es bueno que haya juegos sucesivos. Este conjunto de líderes actúan (en grados, por su puesto, variables) como si después de ganar no importara que el juego se vuelva a jugar. Actúan como si fueran invencibles, condición que pone en duda que sus adversarios tengan el derecho a desafiarlos en una competencia futura con fecha cierta, es decir, en elecciones. Esto no quiere decir que varios de ellos no se hayan sometido ya a elecciones tras alcanzar el poder, sino que han aplicado una lógica de “después de mí, el diluvio” cada vez que han logrado el asentimiento de la mayoría (o del número necesario para alcanzar el control de las instituciones de gobierno) de sus conciudadanos.

Las reglas vigentes en los regímenes democráticos inspirados en el liberalismo político presuponen una cierta virtud en quienes compiten por el poder, pero esa presunción no está escrita. Hoy estamos frente a la emergencia de líderes que se aprovechan de eso y que hacen una bandera de no poseer esa virtud y que no están dispuestos a un ejercicio de autolimitación que no aparece siquiera en la letra chica de las reglas de la democracia.

Otros rasgos comunes hacen a los contextos sociales en que emergen estos líderes. En los casos de Filipinas y de Brasil, la situación de inseguridad cotidiana en la que se vive se ha transformado en una fuente de frustración permanente frente a la incapacidad del estado para garantizar la vida y el respeto a las propiedades personales. En ambos países, las campañas de Duterte y Bolsonaro, sosteniendo el agotamiento de las instancias legales para alcanzar la seguridad, encontraron eco en ciudadanos dispuestos a probar con algo supuestamente nuevo (a pesar de la evidencia de que la violencia extrajudicial tanto en Filipinas como en Brasil es parte del problema). En los casos de Hungría y Polonia, el punto de inflexión que le dio alas a la extrema derecha fue la ruptura del contrato de confianza de sus adversarios socialista con sus electores, tras mentir sobre la gravedad del déficit fiscal húngaro y luego de un escándalo de corrupción (el caso Rywin) que expuso al equipo gubernamental polaco. El rechazo de un “otro” amenazante también está presente: el rechazo al inmigrante y al musulmán une con un hilo invisible a Trump, Orban y Duda; el hinduismo agresivo de Modi discrimina a la minoría musulmana; Imran Khan se ha embanderado en el antifeminismo; Erdoğan lucha paciente e incansablemente contra la secularización.

La gran cuestión frente a estos liderazgos es cuán preparadas están las instituciones para impedir que se transformen en regímenes no democráticos. El rango de lo posible en cada país varía muchísimo. Desde Pakistán, donde la amenaza de la intervención militar se concreta regularmente, hasta EE.UU. donde la idea de un cambio de régimen parece impensable, el espectro es amplísimo. Las consecuencias inmediatas de la acción de estos líderes “iliberales”, si tomamos la orgullosa autocalificación de Orban son también muy variadas: pueden ir desde el escarnio verbal a periodistas hasta los miles de ejecutados extrajudiciales de Duterte, pasando por los presos políticos en Turquía o las acciones antisemitas en Hungría y Polonia. El próximo que someterá a un examen de resistencia a la democracia será Bolsonaro a partir del próximo 1º de enero. Las apuestas están abiertas.

Nota publicada en Revista Replanteo, edición de noviembre de 2018.
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