AMLO, la mayoría de edad de la democracia en México

Gabriel Puricelli

La elección de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) como presidente de México es el punto de llegada de una transición a la democracia iniciada en 1988 y la estación final de la larga marcha de un candidato. Para el sistema democrático implica la llegada al gobierno de la única corriente que no había ejercido el poder en estos 30 años. Es una prueba que nunca había superado. Para AMLO, el voto popular del 1º de julio, es el premio a su perseverancia.

Las reformas introducidas bajo la presidencia de Miguel de la Madrid, el último presidente del período en que México funcionó de hecho como un régimen de partido único, se suponía que desembocarían no sólo en una elección competitiva, en 1988, sino en una cuyos resultados fueran aceptables para todos. Sin embargo, al resultar demasiado competitiva, el resultado no fue aceptable para el gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI), que había hecho concesiones democratizantes con el objetivo de recuperar legitimidad y no de ceder el poder. En esas elecciones, el candidato de la izquierda, que contó con el apoyo de AMLO, fue Cuauhtémoc Cárdenas. A él se lo despojó de la victoria mediante la adulteración de cerca de un tercio de las actas electorales. Dos elecciones más tarde, el PRI estuvo dispuesto a acatar un resultado desfavorable, cuando la derecha cristiana tradicional, liderada por Vicente Fox, obtuvo el apoyo del electorado para constituir el primer gobierno de una fuerza no heredera de la Revolución Mexicana en 90 años. Por primera vez desde 1946 no era un hombre del PRI el que ocupaba el sillón presidencial.

La exclusión de la izquierda, que en 1988 encabezaba una oleada democratizadora que parecía imparable hasta que se estrelló contra el paredón del régimen que todavía seguía en pie, quedó como el principio tácito que fundaba la nueva democracia mexicana. El PRI consolidó la adhesión de México al Consenso de Washington. Eso fue lo que signó la ruptura con su ala izquierda bajo de la Madrid y sus sucesores Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. Luego, la llegada al poder del Partido de Acción Nacional (PAN) con Fox fue un cambio de guardia que sí se podía aceptar. El Partido de la Revolución Democrática (PRD), que habían fundado Cárdenas, AMLO y la porción mayoritaria de la izquierda, bautizó esta como la etapa del “PRIAN”. La excluida no era una izquierda genérica sino una proveniente del corazón mismo de la tradición revolucionaria mexicana. Era el cardenismo, no de Cuauhtémoc, sino de su padre Lázaro, el presidente (1934-1940). Fue el jefe de Estado que nacionalizó los ferrocarriles y expropió el petroleó. Esa era parte de una agenda que el PRIAN no quería simplemente dejar en el olvido sino asegurarse que no volviera a estar en consideración. Aún en ese contexto, el PRD no dejó de abrirse paso. En 1997 ganó la primera elección popular para Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Fue una victoria que se reiteraría en las tres elecciones siguientes, completando 21 años de administraciones progresistas. Eso hizo que la ciudad fuera vanguardia en consagrar el matrimonio igualitario (hoy vigente en una docena de estados del país) y la única entidad subnacional donde es legal la interrupción voluntaria del embarazo. Aunque AMLO abandonó el PRD en 2014, su victoria abreva en esa tradición. El hecho de que la alternancia en México acepte su llegada al gobierno es lo primero a destacar de un éxito electoral que es mucho más que personal.

El Peje, como también se lo conoce, aludiendo a los pejelagartos que son típicos de la fauna ictícola de su Tabasco natal, también viene nadando contra la corriente desde ese año 1988, que marcó un punto de quiebre en la historia del México contemporáneo. Fue candidato a gobernador de su estado a instancias de Cuauhtémoc Cárdenas y el PRI le reservó idéntico tratamiento fraudulento. En 1994, volvió a ocurrir lo mismo. El PRI no podía permitir que un cacique como Roberto Madrazo, que sería su candidato presidencial (derrotado), en 2006, fuera privado del sillón de gobernador del estado sureño. AMLO desafió al gobernador electo con un acampe en la Plaza de Armas de Villahermosa, la capital estadual que prefiguró el que haría en el Zócalo de la ciudad de México en 2012, cuando el fraude lo privó de la presidencia.

Tras el fraude en Tabasco se mudó a la capital federal, donde había vivido de manera intermitente desde que se inscribió para estudiar sociología en la Universidad Nacional Autónoma (UNAM). AMLO pronto se preparó para suceder como Jefe de Gobierno a Cárdenas. Su primera victoria significó también su proyección nacional, como sucesor de Cárdenas, no sólo en la ciudad sino como potencial candidato presidencial. En 2006, con AMLO como su abanderado por primera vez, el PRD volvió a enfrentarse a sus contrincantes y a la manipulación de las actas electorales. El 0,62% fue la diferencia que registraron los datos oficiales entre AMLO y el panista Felipe Calderón, a quien el Instituto Federal Electoral declaró ganador. López Obrador se proclamó “presidente legítimo” por una asamblea ciudadana que tuvo lugar antes de la asunción de Calderón, en el acampe que sus seguidores llevaron a cabo en el Zócalo, ágora histórica de la capital mexicana. AMLO persistirá. Constituyó un “gobierno de denuncia”, actitud en la que el PRD no lo acompañó. Esto inició un lento cisma que se formalizó recién en 2014. Antes, AMLO volvió a ser candidato de un PRD que lo aceptó a regañadientes y se rindió ante la persistencia de una popularidad que nadie más tiene en la izquierda.

Se puede decir que la campaña de AMLO para 2018 empezó en 2012. Liberado de cualquier restricción partidaria, se fue construyendo una organización “liviana” a su alrededor. Está formada en parte por un equipo pequeño de leales acérrimos y en parte es una ambulancia para recoger descontentos a izquierda y derecha. El Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), que se constituye como partido en 2014, no es un partido con rutinas institucionales y corrientes (con sus correspondientes querellas), como el PRD. Es una gran misa en la que sólo oficia AMLO. Hombre capaz de perdonar, pero sólo en los tiempos que él cree convenientes, el presidente electo tiene en su lista negra a quienes le negaron hacerse con el poder interno del PRD. Esos dirigentes le sirven en bandeja excusas públicas ya que se aliaron con la derecha del PAN. Sin dudas, AMLO ganó mucho al desprenderse de una atadura partidaria que condicionaba su proyección personal. En seis años de campaña permanente, no tuvo otra preocupación que la de crecer en el favor popular, sin quedar entrampado en batallas parlamentarias o partidarias.

Cuando asuma la presidencia el próximo 1º de diciembre, será el único mandatario del período de la democracia competitiva en obtener más de la mitad del electorado. También tendrá el respaldo de sendas mayorías en ambas cámaras del Congreso. La coalición Juntos Haremos Historia, que Morena formó con la izquierda ortodoxa del Partido del Trabajo (PT) y con la derecha evangélica del Partido Encuentro Social (PES), tendrá más de la mitad de las bancas en ambas cámaras, en la medida en que siga unida. En el Senado, los tres integrantes del acuerdo se necesitan para alcanzar número suficiente. En la Cámara de Diputados, en cambio, el Morena seguiría alcanzando la mayoría junto al PT, aún si no contara con el apoyo del PES. En cualquier caso, Morena es suficientemente heterogéneo en su interior como para prever el grado de unidad ideológica que tendrá cuando sea sometido a pruebas de fidelidad al presidente en el futuro.

Juntos Haremos Historia honró su nombre con unos resultados electorales que han abrumado a sus adversarios. AMLO duplicó en votos a Ricardo Anaya, el candidato del PAN que salió segundo y dejó al PRI reducido a un exiguo 15% de los votos. Esto implica para el histórico partido quedar en el quinto lugar en la cámara por la cantidad de miembros de su bloque de diputados. Cada fuerza de la futura coalición de gobierno, considerado individualmente, tiene más bancas que el PRI en esa rama del Congreso.

La candidatura del futuro presidente ganó en todos los estados, con la excepción de Guanajuato, donde prevaleció Anaya. Todo indica que la recuperación del discurso nacionalista revolucionario por parte de AMLO ha ayudado a poner en marcha una aspiradora de la base priísta. Esto volvió estéril el rendimiento de la máquina clientelar estatal, que no siempre le garantizó victorias al PRI, pero que había evitado hasta ahora que se desfondara. Aún estando fuera del poder durante los sucesivos sexenios conservadores de Fox y Calderón, el PRI seguía siendo una alternativa de poder creíble. La devastación que le ha infligido AMLO, que se produjo también a nivel de las gobernaciones y las legislaturas estaduales, parece ponerlo fuera de juego.


“Todo indica que la recuperación del discurso nacionalista revolucionario por parte de AMLO ha ayudado a poner en marcha una aspiradora de la base priísta.”


Es titánica la tarea que ha completado AMLO con su apabullante elección, aunque palidece frente al desafío que le plantea la situación doméstica y la internacional del México de hoy. Un siglo después de la Revolución Mexicana, el país sigue teniendo un 50% de pobres, pero le ha agregado a esa antigua condición de desigualdad unos niveles de violencia asociados al narcotráfico y al crimen organizado que son mayores que los de muchas guerras. Un estado carcomido por la colonización de sus estructuras por el dinero narco ha brindado todos los ejemplos que se necesitaban para hacer creíble y transformar en vector de esperanza un aspecto central del discurso de AMLO: la lucha contra la corrupción. El futuro presidente jura que la eliminación de la corrupción liberará tantos recursos del estado que podrá adquirir las capacidades de promover el desarrollo y distribuir la riqueza que no ha tenido hasta ahora. Sabemos poco de las políticas que permitirán que todo eso suceda. Mientras tanto, AMLO se ha preocupado, tanto con su discurso de la noche de la victoria como su Pejenomics, de asegurar que navegará bajo la bandera de la responsabilidad fiscal y que su nacionalismo se concentrará mayormente en recuperar para Pemex el monopolio del mercado energético.

En el plano internacional, México se encuentra bajo el acoso de los EE.UU. por la cuestión del muro fronterizo por el que Donald Trump lo quiere hacer pagar y por los términos que el áspero líder de Washington quiere imponer en la renegociación en curso del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Más que el símbolo del muro, lo que está haciendo daño a México es la política migratoria de Trump. Esto ha reducido las remesas de dinero que llegan del norte. Está devolviendo a miles de exiliados económicos mexicanos y centroamericanos a una economía, que ya se reveló incapaz de hacerles un lugar. Con AMLO o sin AMLO, México no tiene una salida a corto plazo que compense todo el mercado que puede perder en una negociación con EE.UU. que le resulte más o menos favorable. Ni que hablar de si resulta desfavorable. No hay cultura que pueda obviar esa geografía que puede ser alternativamente bendición y maldición.


Un siglo después de la Revolución Mexicana, el país sigue teniendo un 50% de pobres. A esa antigua condición de desigualdad le ha sumado enormes niveles de violencia asociados al narcotráfico y al crimen organizado.


No cabe duda de que AMLO cuenta con un apoyo popular que debería fortalecer la proyección exterior del país. Podemos dar por descontado que América Latina recupera una voz destinada a hacerse escuchar en la arena global, una voz que se perdió en las postrimerías de los procesos de paz en América Central a fines de los ‘80. Sin embargo, resulta difícil prever cuánto se fortalecen con el nuevo presidente las posibilidades de escapar al golpe del mazo con el que los EE.UU. de Trump se muestran decididos a golpear a todos los países que tienen superávit comercial con la superpotencia.

Una lectura voluntarista señalaría que la llegada del Peje al gobierno preanuncia una oleada progresista en América Latina. Se trata del mismo voluntarismo que acuñó la idea de una oleada anterior a comienzos de este siglo. Una mirada no necesariamente desencantada, pero sí más materialista, debe llamarnos la atención sobre las condiciones del mundo en las que AMLO arriba a esta parada de su larga marcha. Atrás quedó el mundo de la Cumbre de las Américas, el superciclo de las commodities y el optimismo globalista del libre comercio como credo. Por delante tenemos un mundo incierto en el que se debilitan las de por sí débiles reglas que los poderosos están dispuestos a acatar. Las condiciones de México para proyectarse están restringidas por esa realidad y nadie parece más consciente de eso que AMLO, cuando recupera la retórica de la tradición nacionalista revolucionaria mexicana para movilizar a sus conciudadanos. Ha construido condiciones políticas óptimas para hacer frente a esa realidad y ha prometido cosas en las que millones han creído. Pero hay una cosa que no está entre las que ha prometido: milagros.

Publicdo en la Revista Replanteo, julio de 2018.

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