Una nueva nación en Europa puede estar inesperadamente a la vuelta de la esquina.
Las elecciones del 25 de noviembre en Cataluña serán la ocasión para determinar si la manifestación de la Diada del 11 de septiembre pasado fue el primer paso de una no tan larga marcha de la comunidad autónoma hacia la secesión de España. Las 600.000 personas que transformaron la fiesta nacional catalana en la más significativa desde la primera celebrada tras la muerte del dictador Francisco Franco, en 1977, desencadenaron una sucesión vertiginosa de hechos que, en dos semanas, llevaron al Presidente de la Generalitat, Artur Mas, a adelantar las elecciones parlamentarias y al propio Legislativo a adoptar una moción para convocar a una consulta sobre la independencia de Cataluña.
La coalición de liberales y democristianos nacionalistas que ha gobernado Cataluña durante 25 de los últimos 32 años, Convergència i Unió (CiU), encarnando un catalanismo autonomista que buscó siempre el mejor acuerdo fiscal posible con el Estado central español para empujar el mayor desarrollo económico y la superior calidad de vida de su comunidad, venía gobernando desde 2010 sin mayoría parlamentaria, con una situación de las cuentas públicas en un franco deterioro acompasado con la profunda crisis española y sin un mandato explícito de redefinir las relaciones con España.
La manifestación de la Diada, en la que CiU no tuvo mayor protagonismo le proveyó el argumento perfecto para salirse de la trabajosa discusión de un mejor pacto fiscal con el gobierno en Madrid y para abrazar abiertamente la causa de la independencia. Aunque Mas no habría tenido problema en gobernar hasta el 2014 con la Legislatura actual, decidió la disolución del Parlamento para ir a buscar en el electorado el mandato independentista que CiU no había solicitado en 2010.
Hasta esa elección, y desde el comienzo de la transición a la democracia en España, la independencia había sido la bandera exclusiva de la Izquierda Republicana de Cataluña (ERC) y de grupos nacionalistas más pequeños situados a la izquierda de ésta, que nunca habían reunido más de un quinto de los votos. Sin el trauma de la violencia que definió desde mediados del siglo pasado la causa de la independencia del País Vasco, el desplazamiento de CiU desde el campo del catalanismo autonomista hacia el independentismo se llevó a cabo casi con naturalidad, en tanto implicaba acercarse a las posiciones de una fuerza como ERC que nunca tuvo en democracia las armas en la mano.
Ese reposicionamiento constituye un cambio dramático en la escena española, donde el independentismo que siempre había amenazado más radicalmente la unidad del Estado monárquico era el vasco. Sin embargo, en la costa atlántica, los democristianos del Partido Nacionalista Vasco (PNV) han tenido vedado correr al encuentro de la izquierda abertzale (independentista), porque la parte mayoritaria de ésta o bien estaba alzada en armas o bien apoyaba a quienes lo estaban.
Con el abandono de las armas por parte de ETA y con la constitución de la coalición EH-Bildu, que federa a los ex simpatizantes de ese grupo armado con todas las otras expresiones del independentismo no violento, y que concentra el 25% de los votos, sería esperable que el PNV pueda trasponer pronto la demarcación que lo separaba de éstos mientras ETA estuvo activa.
Al tiempo que esa es la situación en Euskadi, en Cataluña la convergencia en la causa común de la independencia fraguó en un período brevísimo e intenso y de manera que era muy difícil de prever meses (o hasta semanas) antes de que ocurriera. La dinámica desatada el 11 de septiembre le garantiza, con poco margen de duda, una amplísima mayoría al campo nacionalista el 25 de noviembre.
Si bien no está claro si CiU podrá alcanzar la mayoría de los 135 escaños del Parlamento catalán, es seguro que la suma del partido “natural” de gobierno más las expresiones de izquierda que militan en la agenda nacionalista (ERC; los ecosocialistas y poscomunistas de Iniciativa por Cataluña Verdes- Izquierda Unida y Alternativa, ICVEUiA; y Solidaridad por la Independencia, SI) tendrán un predominio legislativo que consolidará o ampliará la base que aprobó la realización de la consulta sobre la independencia.
El impulso independentista redefinió las líneas de fractura del sistema político catalán, reemplazando abruptamente la distinción entre la centroderecha de CiU y la centroizquierda del Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC) y los partidos que fueron sus aliados entre 2003 y 2010, cuando le tocó gobernar, ERC y ICV-EUiA. Los campos para esta elección se adivinan desiguales en tamaño y heterogéneos en composición interna: un independentismo que va de los democristianos a la izquierda dura y un campo alternativo que contiene a un socialismo de inclinación federalista y a la derecha españolista del Partido Popular (PP). Atravesado el propio socialismo por la discusión sobre el catalanismo, sólo el PP y el partido Ciudadanos (aliado a nivel del Estado español con la socialdemócrata Unión Progreso y Democracia, UPyD) representan un antiindependentismo puro y duro.
En ese contexto, las elecciones auguran una aceleración de un proceso que es también una fuga imaginaria fuera del agujero negro de la crisis española. Igual que en las elecciones vascas de octubre pasado, los más seguros derrotados serán los socialistas. De ser la fuerza que concentraba a mediados de la década pasada el gobierno español, el catalán y el de Barcelona, las encuestas le auguran al PSC una cantidad de votos y de escaños parecida a la del PP, que siempre fue una fuerza marginal, de poco más del 10% de los votos en Cataluña. Su recién electo secretario general, Pere Navarro, desespera ante la falta de cooperación desde Madrid de un PSOE que parece haber olvidado que existe la palabra federalismo y ante una corriente interna catalanista que parece más preparada a converger en una nueva gran fuerza de izquierda el día después de la independencia que en disputar la batalla perdida de antemano del 25 de noviembre.
Una nueva nación en Europa puede estar inesperadamente a la vuelta de la esquina, nacida de una costilla de la España piel y huesos de Mariano Rajoy.
Publicado en El Estadista, nº70, Noviembre-Diciembre de 2012.