Al norte y a la izquierda de la pantalla

Gabriel Puricelli

Hablar de izquierda en los EE UU después del macartismo y de la Guerra Fría suena a contradicción en sus términos. Sin embargo, ese país, como todos los que han tenido un gran desarrollo industrial, ha sido la cuna de un movimiento obrero y unos movimientos sociales que han dejado marcas progresistas en muchos lugares. Cierto es que la última vez que una candidatura a la izquierda y por fuera de los partidos tradicionales tuvo impacto electoral fue en 1924, cuando el Partido Progresista de “Fighting Bob” La Follette obtuvo el 17% de los votos. Pero también es cierto que tanto la izquierda social como la izquierda del Partido Demócrata, desde los años ’60 y tras la deserción de los dixiecrats sureños, han jugado un papel (sobre todo haciendo avanzar los derechos civiles) sin el cual los EE UU hoy serían un país irreconocible. De esa tradición emerge con fuerza inesperada Bernie Sanders, el autoproclamado socialista que está haciendo de la campaña para las primarias demócratas algo totalmente distinto del paseo triunfal que había planeado pacientemente durante las dos últimas décadas Hillary Rodham Clinton.

Así como California es un estado cuyo sesgo progresista le debe mucho al movimiento pacifista en los campus universitarios de fines de los ’60, el extremo norte del país tiene un acervo proletario significativo (en la primera mitad del siglo pasado hubo gobernadores que ganaron elecciones representando a partidos progresistas en competencia contra demócratas y republicanos). A esa región la inmigración alemana y escandinava llegó con los mismos periódicos socialistas bajo el brazo que inspiraron a su homólogo Vorwärts en Argentina.

La aldea que resiste a las legiones conservadoras de la que viene Sanders es la (pequeña) ciudad más poblada de Vermont, Burlington, que lo hizo alcalde en 1981 y que viene poniendo casi ininterrumpidamente desde entonces en el gobierno municipal al Partido Progresista. Ese fue su primer escalón, al que sucedió la Cámara de Representantes en Washington, 10 años después y el Senado, en 2006.

La decisión de Sanders de competir en las primarias de un partido del que no es miembro expresa lo que es la estrategia predominante en el progresismo que participa electoralmente: evitar las campañas con terceros partidos si eso arriesga dividir el voto a la izquierda de los republicanos, un debate que la derrota de Al Gore a manos de George W. Bush, en 2000, parece haber cerrado para la actual generación.

Hasta ahora Sanders está sorprendiendo casi tanto como Howard Dean en 2004. Éste, ex gobernador de (justamente) Vermont, había sido el demócrata situado más a la izquierda en competir con chances en un primaria presidencial en 25 años. Los desafíos frente a Sanders se parecen a los que tenía Dean: ampliar una base de apoyo mayoritariamente blanca, juvenil y de clase media, para competir por el voto sindicalizado, negro y latino que se perfila como la más sólida base de Hillary. Gane o no (¿pavimentando el acceso tardío a la competencia de Joe Biden?), Sanders ya ha escorado hacia la izquierda la campaña. No es poco.

 

Publicado en Tiempo Argentino, 9 de octubre de 2015

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