Sólo en la última semana antes de la elección de este domingo 26 de octubre la presidenta Dilma Rousseff tuvo un poco de respiro, luego de que las dos principales empresas de demoscopía de Brasil publicaran encuestas anunciando su reelección. Si la intención de voto que anuncian las encuestas se tradujera en votos efectivos, la alianza que encabeza el Partido de los Trabajadores (PT) emergería victoriosa de una campaña durísima, que incluyó no sólo la muerte en un accidente aéreo de uno de los principales candidatos, el socialista Eduardo Campos, sino el clamoroso mentís a las encuestas previas a la primera vuelta que significó el segundo puesto obtenido por Aécio Neves, con nada menos que 10 millones de votos más que los que le auguraban los sondeos de opinión.
Dilma llega al momento de luchar por su reelección con el desgaste lógico de 12 años de la misma coalición en el gobierno y con una economía empantanada. El esquema de atracción de capitales con tasas altísimas y redistribución de rentas financieras vía política social ha perdido impulso, no sin antes crear una “nueva clase media” de 35 millones de personas. La elección, al coincidir con un punto de inflexión en la trayectoria de ascenso social que amplios sectores de la ciudadanía recorrieron estos años, encuentra a los brasileños frente a un cruce de caminos ante el que el PT promete ser capaz de recrear el impulso perdido y ante el que la coalición de Neves se ofrece como una cabalgadura fresca para recuperar el trote. Las dos propuestas se vuelven verosímiles para el elector en un momento en que las cosas no andan del todo bien.
Al igual que sucedió en 2010, la mayoría no eligió a Dilma como su primera opción y han sido necesarias tres semanas más para dejar que los brasileños decidan si las cosas están tan mal que hay que despacharla o si es preferible obedecer a un instinto conservador y evitar un salto a lo desconocido. Más allá de las últimas encuestas, estas tres semanas han mostrado a una ciudadanía a la que le ha costado decantarse decisivamente por una u otra opción. Las fuerzas de ambos campos han sido exigidas al máximo, en particular las del ex-presidente Lula, que desplegó un activismo al límite de lo que su salud de paciente oncológico puede tolerar. Con ese comodín, algo con lo que el tucano Aécio no cuenta, pareció remontarse la cuesta.
El Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) tiene también un padre fundador que fue dos veces presidente, pero Fernando Henrique Cardoso (FHC) sólo cuenta con una fracción de la imagen positiva de la que goza su sucesor. Así, toda la pirotecnia con la que pudo contar el candidato opositor fue el apoyo de la principal candidata eliminada en la primera vuelta, Marina Silva. A diferencia de 2010, cuando ésta le negó su apoyo al tucano José Serra, ahora se pronunció personalmente a favor de votar al PSDB. Al hacerlo, no le garantizó a Aécio un apoyo compacto: por el contrario, dejó jirones de sí en el camino. El movimiento creado por Marina, la Rede Sustentabilidade, llamó a votar “en blanco, nulo o, en última instancia, por Aécio.” El Partido Socialista Brasileño, que le prestó su sigla después de la muerte de Eduardo Campos, también llamó a votar al PSDB, tras una votación dividida de su conducción nacional. Sin embargo, el propio presidente del partido, Roberto Amaral, salió a hacer lo contrario, sumándose a la campaña de Dilma, junto con amplios sectores juveniles, sindicales y estaduales (en particular en la muy poblada Bahía).
Tras el papelón de los encuestadores en la primera vuelta, sería irresponsable adelantar un resultado con el mero respaldo de los sondeos de esta semana. Sin embargo, hay algo que sí se puede predecir: la política económica brasileña va a cambiar después de la elección. La convicción de que se llegó al fin de un camino es compartida por Dilma, que ya había anunciado en la campaña previa a la primera vuelta la salida del Ministro de Economía Guido Mántega, y por Neves, que ya adelantó que llevaría a ese sillón al ex-presidente del Banco Central bajo la presidencia de FHC, Armínio Fraga. El mix específico de políticas que cada uno pueda adoptar desde 2015 en más es difícil de anticipar, pero si lo que nos preocupa es la relación con Argentina, tal vez debamos esperar (con cualquiera que resulte electo) un grado menor de “paciencia estratégica” para gestionar las muchas tensiones comerciales que existen (y que se han intensificado en el último bienio) y para acordar una línea común en la negociación del acuerdo de libre comercio entre el MERCOSUR y la Unión Europea. A lo largo de la campaña, no fueron pocas las veces que tanto la oposición como sectores de la coalición de Dilma cercanos al empresariado criticaron un exceso de benevolencia con Argentina.
El domingo, cuando esté despejada la duda de quién ocupará el Planalto desde enero próximo, empezaremos a palpitar los cambios económicos que vendrán para intentar que el gigante económico de América del Sur no siga dando pasos de enano a la hora del crecimiento.
Publicado en el portal de noticias Letra P, 25 de octubre de 2014.