Ingobernable. Ese fue el adjetivo más usado durante el día de ayer por la prensa italiana para describir la realidad estructural del sistema político que las elecciones generales de ayer pusieron en evidencia. En cierto sentido, hay poca novedad allí: la historia misma de la Italia de posguerra es la de la búsqueda de una fórmula para que el país funcione aunque sea ingobernable. Esa es, sin duda, la historia de la Primera República, la que se derrumbó a fines de los ´80 bajo el peso de la corrupción del “pentapartito” que gestionó su última etapa. Los últimos años, los de la Segunda República, fueron los de la búsqueda quimérica de un bipolarismo que encorsetara la persistente fragmentación de las preferencias electorales de los italianos.
Al ensayo del bipolarismo la derecha y la izquierda llegaron armados de muy distinto modo. La derecha, con una figura carismática y polarizante, formateada en los estudios de televisión. La izquierda, munida de manuales de ciencia política y desesperada por sacarse de encima los escombros de la caída del Muro de Berlín.
Con esa munición desigual, ambos sectores pudieron pasar un tiempo en el gobierno, pero sin nunca desembarazarse de la inestabilidad como síntoma definitorio de sus gestiones. La izquierda con honestidad y vocación minimalista, la derecha con corrupción rampante y voracidad por el cambio organizaron su juego en la cubierta de un Titanic que se hunde bajo la presión del envejecimiento de la población y la escisión económica de facto del país, que ha dejado que el vagón meridional del Mezzogiorno se desenganche del norte productivo.
Redefinir el sistema político sin tomar por las astas la cuestión de la transformación económica del país creó que las condiciones para la desafección radical de un tercio de la ciudadanía que ayer se expresó a través de la abstención y del ascenso meteórico del qualunquismo de la indignación: el Movimiento Cinco Estrellas del comediante Beppe Grillo, el único ganador de unas elecciones en la que perdieron todos los miembros del elenco estable de estas dos décadas de política italiana.
Es imposible saber a esta hora si el ganador va encontrar atractiva la posibilidad de ayudar al Partido Demócratico de Pierluigi Bersani a alcanzar la presidencia del gobierno, para dejarlo zozobrar algunos meses en la incertidumbre de su falta de mayoría en el Senado o si va a ir por la estocada final en nuevas elecciones. El resultado aún sólido de un Berlusconi cuya decadencia se hace más larga de lo esperado tal vez los impulse a evitar la lotería de una opinión pública que esta vez los premió.
No sabemos si Bersani llegará a ser primer ministro, pero dos cosas están claras: el bipolarismo interrumpió su corto vuelo y los indignados aceptaron el desafío de “armar un partido y ganar elecciones”. Gobernar, bueno, no parece ser el verbo que mejor conjuga con Italia.
Publicado en Tiempo Argentino, 26 de febrero de 2013