Las esquirlas que matan y mutilan en una ancha región del mundo son esquirlas del estallido del Imperio Otomano. No se puede hablar de Palestina, de Irak, de Siria sin hablar de un imperio que pasó a mejor vida hace casi un siglo y de la fallida partición de su vasto territorio por los aprendices de brujo europeos. Sin embargo, cuando se habla del que fue el centro político otomano, de Turquía, hay que hablar de la república laica que lo sucedió que del viejo imperio, que le ha ahorrado a los turcos su herencia de inestabilidad.
El 10 de agosto, los turcos eligieron por primera vez a su presidente por el voto directo de los ciudadanos. Surge así un semipresidencialismo a la francesa. El voto fue un paso más en el perfeccionamiento de un sistema democrático que se ha desembarazado de la tutela militar, y en el que una mayoría de los turcos optan de nuevo por el islamismo moderado como opción favorita. Paradójicamente, lo que puede verse como un paso adelante desde el punto de vista sistémico, viene de la mano de la legitimación de un liderazgo, el del ex-Primer Ministro y ahora Presidente Recep Tayyip Erdoğan, que carga con una serie de acciones autoritarias, en particular durante el pasado año y medio.
La república turca se fundó no sólo sobre la abolición de la monarquía, sino sobre la abolición del califato, que sancionó la separación definitiva entre el estado y la religión. En sus casi dos décadas en la cumbre del poder, hasta su muerte en 1938 mientras ejercía la presidencia, Mustafa Kemal Atatürk se aseguró de que el fundamento del poder fuera absolutamente secular, proviniera de la voluntad ciudadana o del monopolio del uso de la fuerza puesto en manos de las fuerzas armadas en las que él mismo iniciara su carrera.
El flamante presidente turco se inscribe en una corriente política que lucha pacientemente hace décadas por derribar tabúes laicos como los que impidieron por muchos años el uso femenino del velo en cualquier institución del estado. Los reaseguros del laicismo, estratégicamente implantados en instituciones no electas como las ya mencionadas fuerzas armadas, el poder judicial y (en particular) la Corte Constitucional han resultado obstáculos formidables para Erdoğan, que los enfrentó con la fuerza electoral que le dio a su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) tres mayorías parlamentarias consecutivas. Antes de la creación del AKP en 2001, la Corte Constitucional disolvió los dos partidos islamistas de los que desciende: en 1998 prohibió el Partido del Bienestar (RP) y en 2001, el Partido de la Virtud (FP). El propio Erdoğan se vio impedido de asumir como Primer Ministro en 2002 porque desde 1998 pesaba sobre él una prohibición para ser electo para un cargo público, después de que leyó en un acto un verso de un poeta nacionalista panturco que fue interpretado por las cortes como una reivindicación del Islam contraria a la laicidad del estado. Ese recitado lo llevó incluso cuatro meses a prisión, en 1998, y lo eyectó de su cargo de alcalde de Estambul, que ejercía desde 1994 en representación del RP. En marzo de 2003, tras una reforma legal decidida por la Gran Asamblea Nacional (parlamento), el actual hombre fuerte de Turquía pudo ser electo para una banca, pasando de inmediato a ocupar el sillón de Primer Ministro que su correligionario Abdullah Gül había ocupado desde la victoria del AKP a fines del año anterior.
Ya en el poder, e incluso después de renovar en 2007 su mayoría parlamentaria con cinco millones de votos más que en la anterior elección, el AKP tuvo que enfrentar un juicio de la Corte Constitucional en 2008 que no llegó a ilegalizarlo porque no se alcanzó en el tribunal la mayoría calificada necesaria. Erdoğan eludió así el destino de Necmettin Erbakan, que fue eyectado del cargo de Primer Ministro en 1997 cuando los jueces (con las fuerzas armadas detrás) disolvieron el Partido del Bienestar.
La fortaleza de Erdoğan se basa tanto en su carisma, en el empuje que ha mostrado el crecimiento económico del país en sus largos años en el poder y en la frágil paz que se ha alcanzado con la guerrilla del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK), sino en la capacidad que demostró de redefinir el mapa político turco. La fundación del AKP no consistió simplemente en la creación de una entidad politico-legal que permitiera a los islamistas seguir participando de las elecciones, sino que convocó a buena parte de los cuadros de los partidos conservadores que habían dominado la escena política turca desde los años ´50. Esa fusión dio lugar a la emergencia de lo que hoy es un partido claramente predominante, que duplica con facilidad en votos a sus opositores kemalistas del Partido Republicano del Pueblo (CHP) y cuadruplica a la derecha nacionalista panturca del Partido del Movimiento Nacional (MHP).
El CHP y el MHP intentaron vanamente desafiar ese predominio con la postulación de un candidato común a la presidencia, el ex-Secretario General de la Organización de la Conferencia Islámica Ekmeleddin İhsanoğlu. Con él, buscaron convocar tanto a la base socialdemócrata del CHP, como a los ultranacionalistas del MHP, cuyo brazo paramilitar, los Lobos Grises, contó entre sus filas Mehmet Ali Ağca, quien intentara asesinar al Papa Juan Pablo II en 1981. El candidato “atrapatodo” quedó, con 38% de los votos, a 14 puntos de alcanzar a Erdoğan. En el fallido intento, el CHP sufrió una fuga de votos que le permitió a un candidato de izquierda proveniente del Kurdistán, Selahattin Demirtaş, alcanzar casi el 10% de los votos, cerca del doble de lo que los partidos kurdos logran habitualmente en cualquier elección nacional.
Erdoğan sobrevive también a las masivas manifestaciones en su contra que empezaron en junio de 2013 en la parte europea de Estambul y se extendieron hasta marzo de este año, cuando fueron detenidos por cargos de corrupción algunos familiares de ministros del gobierno del AKP. Sin pestañear ante encuestas que indicaban una caída de su popularidad por la violenta represión de las protestas, la respuesta del entonces Primer Ministro incluyó 22 muertes entre los manifestantes. Las denuncias de corrupción, a su vez, fueron el síntoma de una ruptura política en el seno de la familia política islamista, ya que los jueces y policías que actuaron en función de ellas fueron vinculados por Erdoğan con el movimiento del predicador islámico Fethullah Gülen, que es considerado una especie de Opus Dei islámico y que es uno de los afluentes originales del AKP.
La llegada de Erdoğan a la presidencia seguramente significará la ratificación de la ruptura más significativa que impulsó como Primer Ministro en la política exterior turca: el abandono de la alianza con Israel. En un contexto turbulento como el que viven los vecinos Irak y Siria (donde el líder turco ha flirteado con jihadistas opuestos a Bashar Assad), los EE.UU. van a seguir encontrando en Turquía, el único país de la OTAN en el extremo oriental del Mediterráneo, a un socio indócil, cuyo autoritarismo doméstico puede traerle también futuros dolores de cabeza.
Publicado en revista Debate, número 510, julio de 2014.