El lunes pasado, el panel de Intratables y sus invitados discutieron durante un largo rato sobre qué significaba ser de izquierda y qué de derecha. Algunos consideraban fuera de moda esa distinción, otros definían al gobierno nacional como “de izquierda” (perdón, no fui yo) y a Mauricio Macri y su gestión en la Ciudad como “de derecha”. Algunos rechazaban la idea de que el kirchnerismo fuera de izquierda (¡bien ahí!) pero coincidían en la calificación del macrismo. En realidad, los que se oponían a esta distinción parecían más molestos con que al PRO se lo identificara como “de derecha”, que con la distinción en sí.
Ciertamente, la diferenciación sigue teniendo vigencia, aunque de manera más sutiles y complejas que las que conocimos antaño. De ahí que a veces resulte difícil, en un análisis superficial, catalogar a una gestión local como la que lleva adelante el PRO en la Ciudad de Buenos Aires como de derecha, aun cuando lo sea. De hecho, no acabaron con la educación pública, mejoraron (humanizaron, dicen ellos) ciertos aspectos del espacio público, y, por sobre todo, no achicaron el Estado local, por el contrario, se dieron cuenta que usarlo, mostrarlo les era redituable políticamente.
Sin embargo, cuando se analizan los documentos y las acciones que dan sustento conceptual a la gestión, la connotación de derecha se hace muy evidente.
Como dijo hace algunos años Oscar Oszlak, la Ciudad es una puja espacial entre clases sociales, donde van ganando espacios unos grupos sobre otros, y en la que el Estado cumple un rol importante, favoreciendo a unos por sobre otros, mediando.
En esa puja, el PRO parece haber hecho una clara opción por los sectores más favorecidos, solapado en un contexto de embellecimiento paisajístico de la Ciudad. Esto se ve muy claro al analizar la gestión de la política urbana y la extensa bibliografía producida al respecto desde la Secretaría de Planeamiento del Ministerio de Desarrollo Urbano.
Básicamente, su pensamiento está expuesto en el Modelo Territorial (ver aquí) el cual se presenta como un instrumento de diagnóstico, análisis y planeamiento urbano, espacializando los lineamientos temáticos del Plan Urbano Ambiental (hábitat y vivienda; transporte y movilidad; estructura y centralidades; producción y empleo; espacio público; patrimonio urbano) y planteando un escenario de “ciudad deseada” con una perspectiva de 50 años (2010-2060). Este modelo establece una serie de indicadores mayoritariamente físicos, quedando afuera del análisis los efectos sociales de las políticas propiciadas. El conjunto de estos indicadores generan un Índice de Sustentabilidad Urbana.
Como ellos mismos dicen, el objetivo del Modelo Territorial es generar “instrumentos para guiar y ordenar el planeamiento, así como monitorear la gestión de la urbe”. O sea, los indicadores se construyen apuntando a objetivos (estándares óptimos) de políticas públicas que reflejan una clara orientación ideológica.
Esto se observa muy claramente en el “Indicador de Equitatividad (sic) del Valor del Suelo” (ver aquí). Su propósito es reflejar la evolución de la disparidad de los valores promedio del suelo entre las zonas norte y sur de la Ciudad (medidos a partir de los precios de mercado del suelo que releva trimestralmente la Secretaría de Planeamiento).
Como se sabe, la diferencia entre ambas zonas fue históricamente elevada, llegando a ser mayor a 4 veces. Al momento de realizar el indicador (2008), la diferencia entre el Norte y el Sur era de 2,7. En el último relevamiento (diciembre de 2012) esta brecha se achicó a 2,3. Para los ideólogos de este Indicador, la “equitatividad” sería que la distancia se achique a 1,5.
En criollo, para el gobierno porteño las desigualdades entre el norte y el sur se irán reduciendo a medida de que el valor del suelo en el sur sea similar al del norte, pero no porque el suelo de esta zona reduce su valor sino porque el del sur aumenta.
De esta manera, a partir de un postulado progresista (reducir las diferencias o desigualdades entre el Norte y el Sur de la Ciudad), el PRO termina ejecutando una política reaccionaria que tiende a uniformizar la Ciudad en detrimento de los sectores más desfavorecidos que se ven expulsados al no poder pagar los altos precios de las propiedades y de los alquileres; que acaba con la mixtura y diversidad social y cultural característicos de Buenos Aires. Solo podrán vivir en ella quienes puedan pagar altos precios (en alquiler y compra).
En un trabajo publicado por el Laboratorio de Políticas Públicas, Guillermo Jajamovich, una de las voces jóvenes más lúcidas al momento de analizar los temas urbanos, refuerza esta idea al afirmar que “la política de valorización de la Zona Sur deja de lado un aspecto crucial. Sin medidas paliativas (como ser, políticas de vivienda, créditos hipotecarios, control de alquileres, instrumentos de recuperación de plusvalías urbanas, etc.) los aumentos del precio del suelo traen aparejados fenómenos de desplazamiento de población de bajos recursos. Tal desplazamiento no es algo accidental o aleatorio. En efecto, como lo señala la bibliografía al respecto (Shaw, 2008), para evitar el desplazamiento de población de escasos recursos, el Estado debe actuar antes de que se dispare la valorización del suelo ya que posteriormente al inicio de tal valorización, las actuaciones se vuelven más complejas en términos políticos y económicos. Así, los efectos de exclusión en los procesos de valorización del suelo no son algo accidental. La clave de una política urbana atenta a generar mayor igualdad en la CABA reside en actuar a tiempo, salvo que se busque excluir, implícita o explícitamente, a ciertos sectores sociales de la Ciudad de Buenos Aires”.
Parece que las ideologías, al igual que las brujas, no existen pero que las hay, las hay.
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8 de mayo, 2015