El hinduismo arrasa en India, por Gabriel Puricelli

LPP

De los tres colores de la bandera, los indios podrían encontrarse el 16 de mayo con un gobierno que respete sólo el azafrán. Las encuestas favorecen desde comienzos de 2013 a Narendra Modi, el candidato a Primer Ministro de la Alianza Democrática Nacional (NDA), donde manda el nacionalismo hindú, identificado religiosamente con ese color.

La elección en el país democrático más poblado del mundo suscita el interés obligado por cualquier cosa que suceda en una potencia nuclear de enorme peso demográfico, pero hay dos factores a destacar. Por un lado, la posibilidad de que el laicismo de la Alianza Progresista Unida (UPA) se vea reemplazado por el nacionalismo hinduísta con pinceladas de fundamentalismo de la Alianza Nacional Democrática (NDA). Por el otro, la necesidad de la economía india de recuperar tasas de crecimiento que creen los millones de empleos que una población joven demanda: las tensiones sociales que crea crecer a menos del 5% (una tasa propia de un período de crisis para los estándares indios de las últimas dos décadas), después de un largo período con el PBI aumentando a cerca del doble de velocidad, son difíciles de metabolizar en un país tan poblado, variado y extenso.

El proceso de crecimiento y modernización heterogénea que ha vivido la India desde la liberalización económica impulsada por el actual Primer Ministro Manmohan Singh cuando fue Ministro de Finanzas (1991-1996), ha continuado bajo gobiernos tanto del Partido del Congreso (actualmente en el gobierno desde 2004,con la UPA) como del Partido Bharatiya Janata (BJP, principal miembro de la NDA). Esa trayectoria ha conllevado, en lo social, tanto la consolidación de desigualdades sociales antiquísimas, como la emergencia de una clase media antes casi inexistente. En el campo político, la pujanza económica ha sido acompañada por el desplazamiento de las viejas élites educadas y aristocratizantes y la llegada masiva al parlamento de legisladores plebeyos, incluyendo una legión de caciques regionales oportunistas, con el paralelo debilitamiento de los dos grandes partidos y, dentro de éstos, de los viejos liderazgos.

En el caso del Partido del Congreso, la dinastía inaugurada por el Pandit Nehru tras la independencia y continuada por su hija Indira Gandhi y su nieto Rajiv (ambos asesinados), sigue en apariencia incólume, con la viuda italiana de Rajiv, Sonia, en la presidencia partidaria desde hace 15 años y su hijo Rahul como candidato a Primer Ministro: sin embargo, ninguno de los gobiernos liderados por ese partido en los últimos 25 años ha tenido a un miembro del clan Nehru al frente y el brillo de la dinastía se ha opacado junto con su fuerza electoral. El Partido del Congreso pasó en 30 años de representar por sí solo a dos tercios del electorado a representar un cuarto y estar obligado a gobernar con el apoyo de complicadas coaliciones aceitadas con millones de rupias del erario público para pagar favores y apoyo parlamentario. Rahul Gandhi ha sido descripto regularmente como alguien en quien la vocación de liderazgo escasea y que ocupa un papel más por mandato familiar que por decisión propia.

Del lado de los hinduístas, la vieja guardia de intelectuales y tecnócratas que se fogueó en el gobierno en Nueva Delhi entre 1998 y 2004, ha sido desplazada, tras su fracaso en impedir la reelección del Primer Ministro Singh en 2009, por un liderazgo surgido del activismo callejero del movimiento hinduísta. El candidato a Primer Ministro, Narendra Modi, encabeza desde 2001 el gobierno en el estado de Gujarat. De orígenes sociales modestos, es un “hijo ideal” de la Organización Nacional de Voluntarios (RSS, por Rashtriya Swayamsevak Sangh), el movimiento hinduísta de inspiración fascistizante al que perteneciera Nathuram Godse, el asesino de Mahatma Gandhi. La RSS tiene una compleja estructura que incluye una organización infantil, a la que Modi se unió a los ocho años de edad y una estructura estudiantil, el Foro Pan-Indio de Estudiantes (ABVP), donde se destacó hasta ser reclutado para un trabajo remunerado permanente como pracharak (agitador) de la RSS. Fue uno de los organizadores de la peregrinación hinduísta a Ayodhya, en 1992, que tuvo por objeto demoler la mezquita de Babri, provocando disturbios interdenominacionales que terminaron con 2.000 muertos, en su mayoría musulmanes. El gobierno de Modi en Gujarat se cruzó de brazos ante un pogrom que se cobró la vida de alrededor de 1.000 musulmanes: el actual candidato eludió la condena judicial gracias a una tarea eficiente de destrucción de evidencia y no sólo no se ha disculpado nunca por esos hechos, sino que ha declarado que se sentía “triste” por los musulmanes muertos, del mismo modo que se siente “mal” cuando una mascota es atropellada por un auto (luego “aclararía” que sus dichos derivaban del carácter sagrado que el hinduísmo atribuye a todos los seres vivos).

Las encuestas indican que al Partido del Congreso se lo culpa por el mal desempeño actual de la economía, pero su gobierno ha sido también el blanco de masivas protestas contra la corrupción. La revista británica The Economist ha hablado de sobornos por entre cuatro y 12 mil millones de dólares desde la llegada de Singh a a la jefatura de gobierno. Las protestas, que alcanzaron masividad en 2011, encontraron un líder en Anna Hazare, un activista social que fue clave en forzar al gobierno indio a consagrar por el ley el acceso a la información pública en 2005. Sin embargo, Hazare, aún después de causar un desgaste inédito al gobierno, no se dejó tentar por la política. En su lugar, otro líder emergente de las protestas, Arvind Kejriwal, se lanzó a establecer el Partido del Hombre Común (Aam Aadmi) un nombre que curiosamente retoma el slogan de la campaña electoral de Sonia Gandhi en 2004. De la nada, Kejriwal se convirtió en diciembre pasado en el premier de Delhi, desplazando a una administración local dos veces reelecta del Partido del Congreso. Con la campaña electoral ya lanzada, el partido de Kejriwal decidió competir en las elecciones nacionales. Aunque ni éste ni el izquierdista Tercer Frente de socialistas y comunistas figuran con prominencia en las encuestas, el papel individual de Kejriwal puede provocar un giro dramático en la situación política: compite contra Modi por la banca que corresponde a la ciudad de Varanasi en la Lok Sabha (cámara baja del parlamento) y, en caso de derrotarlo, le impediría ser Primer Ministro, aunque la NDA alcance la mayoría.

De este modo, un partido incipiente podría ser el último dique contra la pesadilla del “terror azafrán” que algunos temen podría sobrevenir con Modi al frente del gobierno central. Kejriwal toma la posta del laicismo al que la UPA le ha dado un mal nombre al asociarlo con la corrupción y la ineficiencia y que la izquierda no tiene volumen para apuntalar (sobre todo después de perder los comunistas el gobierno de Bengala Occidental en 2011, después de 34 años en el poder).

Los musulmanes del vecino y también nuclear Pakistán esperan con atención también los resultados que el mundo conocerá el 16 de mayo.

Nota del Editor: Originalmente, este artículo se publicó en la Revista Debate del 22/4/14, bajo el título “La ola Azafrán”. A la luz de los resultados electorales conocidos en estas horas, nos pareció oportuno actualizarla.

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