El giro de Macri

Gonzalo Sarasqueta

El PRO remodeló el guión para poder insertarse en una sociedad que, en su mayoría, percibe como positiva la función del Estado como asignador de recursos. A su vez, buscó transformar el clivaje ‘estatismo-liberalismo’ impuesto por el Frente para la Victoria en un clivaje generacional: lo antiguo frente a lo moderno. La jugada no está exenta de riesgos. Al sumarse a la corriente estatista, Macri hace suya la cosmovisión del kirchnerismo y debilita su propio ethos.

“Me gustaría un poquito de agua. Me estoy muriendo”, admitió Mauricio Macri después de anunciar desde el escenario del Pabellón 6 de Costa Salguero que, en caso de llegar a la Casa Rosada, mantendría a YPF, Aerolíneas Argentinas y ANSES bajo la órbita del Estado. Indudablemente, el giro discursivo le había costado. La digestión fue difícil. Y no sólo para él: abajo, cientos de militantes desconcertados acompañaban con tímidos aplausos, algún que otro cantico y, sobre todo, silencio. Mucho silencio. Sospechaban lo que se venía.

Y tenían razón. El salto estatista que pegó el precandidato a presidente del frente Cambiemos hegemonizó la agenda. Redes sociales, medios de comunicación, empresarios e intelectuales criticaron el abrupto viraje discursivo del mandatario porteño. Poca tinta quedó para el triunfo ajustado de Rodríguez Larreta y la buena performance de su contrincante, Martín Lousteau. Pero, a pesar de los diversos análisis que emergieron, el interrogante continúa: ¿por qué esta mutación ideológica a tan solo tres semanas de las PASO? La respuesta es compleja.

Para empezar, conviene ir a lo más palpable y a lo que la mayoría de las observaciones detectaron: la fractura discursiva. Tomando como elemento comparativo de la alocución del Jefe de CABA las votaciones de su fuerza, el PRO, en contra de las estatizaciones de Aerolíneas Argentinas (agosto del 2008), las AFJP (noviembre del 2008) e YPF (mayo del 2012), queda en evidencia la ruptura en la narrativa. La “relación interdiscursiva”, como la denominaba Eliseo Verón, entre ambos textos, queda determinada por una incoherencia ideológica que se vislumbra a través del diferente rol que debe tener el Estado en sectores estratégicos como el transporte, los recursos naturales y las pensiones. Mientras que, en el plano legislativo, consideraron que el mercado debía ser el encargado de administrar estos bienes, en la exposición del pasado 19 de julio, en sentido contrario, Macri garantizó que, si llegara a ganas las elecciones presidenciales, las empresas seguirían siendo públicas. La distancia entre los discursos es equiparable al trecho ideológico entre el liberalismo y la socialdemocracia.

Viaje al centro del voto

Ajustando el lente, hay que pasar a la relación contextual del mensaje. ¿En qué coyuntura se inscribe el nuevo corpus discursivo de Macri?  En diciembre del 2002, un estudio de la consultora Nueva Mayoría sostenía que el 85% de la población argentina pensaba que el Estado debía tener un rol activo en la economía. Trece años después, una encuesta nacional de Ibarómetro asevera que el 83% de las personas cree que el Estado debe ser el principal responsable de asegurar el bienestar de la gente. Datos categóricos: cuatro de cada cinco argentinos perciben como positiva la función del Estado como asignador de recursos. Sin duda, la sociedad criolla se articula dentro de la “matriz estado céntrica”, concepto acuñado por el politólogo Marcelo Cavarozzi. Ergo: si el PRO realmente tenía vocación de Gobernar el país, estaba forzado a modificar su impronta liberal (al menos, en el aspecto económico).

Sumada a esta radiografía aparece la victoria pírrica en las elecciones porteñas, que prendió la alarma en el equipo de asesores liderado por Jaime Durán Barba. Ni siquiera en Capital Federal, cuna del PRO y enclave del liberalismo argentino, el mensaje diseñado hasta el momento tuvo una penetración profunda. Era imperioso rectificar  la estrategia comunicacional. Y para eso, la teoría del votante mediano, esgrimida –entre otros– por Gordon Tullock, calza justo. En búsqueda de la maximización de votos, Macri atenuó su credo liberal y se desplazó desde la centroderecha, proclive a un mercado con pocas ataduras, hacia el centro del espectro ideológico, inclinado a un Estado presente en la economía y donde habita la mayoría de los votantes. En términos schumpeterianos: se mejoró la oferta electoral para aumentar la clientela.

Lo que subyace a este enfoque es el Marketing Político, corriente comunicacional a la que suscribe el ecuatoriano Durán Barba y que interpreta a la democracia como un mercado, donde los candidatos políticos son concebidos como productos comerciales en competencia por el capital (el voto) de los consumidores (los ciudadanos). Línea teórica que se diferencia de la Comunicación Política, que, en cambio, entiende a la democracia como la arena donde se intercambian constantemente elementos simbólicos y materiales con diferentes tradiciones culturales, ideológicas, históricas y políticas. Y en dicho proceso permanente (que excede a los tiempos electorales y  la dirigencia política), la Comunicación Política actúa de engranaje entre los distintos mensajes circulantes, facilitando su conexión, absorción y comprensión, convirtiéndose así en una pieza fundamental para el funcionamiento de la democracia de masas.

En búsqueda del “clivaje generacional”

El otro propósito de este giro discursivo reside en la reconfiguración  del debate político. Hasta el momento, el kirchnerismo, utilizando la analogía directa del macrismo con el menemismo,  había impuesto el clivaje izquierda-derecha o, siendo más quirúrgicos,  Estado-mercado. Y el PRO estaba incómodo dentro de esta dicotomía. No solo porque las cifras de desempleo, pobreza, indigencia de la década del noventa y las fotografías del 19 y 20 de diciembre de 2001 aún permanecen frescas en el imaginario colectivo, sino porque su núcleo discursivo se ancla en la “nueva política”. O sea, la asimilación con el menemismo  estaba obturando su propuesta diferenciadora cardinal: “la renovación de la clase dirigente que significaría la llegada del PRO a  Balcarce 50”. Por eso, para no quedar atrapado en el campo simbólico del Gobierno Nacional, necesitaba cambiar urgente el componente económico  del mensaje. Dar una señal contundente para desmarcarse. Y, de esta manera,  anular la relación con el menemismo y, en consecuencia, transformar el clivaje económico estatismo-neoliberalismo en un “clivaje generacional”: la dirigencia vieja (“burocrática”, “corrupta” y “autoritaria”) contra la dirigencia nueva (“eficaz”, “republicana” y “transparente”).

En síntesis, la deconstrucción del flamante discurso macrista arroja una respuesta tentativa: debido a los magros resultados en su bastión electoral, Capital Federal, el PRO remodeló el guión para poder insertarse en una sociedad que, en su mayoría, está estructurada –material y simbólicamente– por el Estado y, a su vez, para reconstituir la polarización con el Frente para la Victoria a través de un lenguaje temporal: lo antiguo frente a lo moderno. Jugada no exenta de riesgo. Al sumarse a la corriente estatista, Macri hace suya la cosmovisión del kirchnerismo y debilita su propio ethos, o sea, pone en jaque la  dualidad que pretende instalar entre lo nuevo y lo viejo. Las urnas dirán si el laberinto discursivo termina en paradoja o acierto.

Publicado en bastiondigital.com el 30/07/2015

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