Muchas elecciones, pocos cambios, por Gabriel Puricelli

LPP

En el año que comienza, cuatro países de América del Sur renovarán sus presidentes. Brasil, Colombia, Bolivia y Uruguay tienen, además, ballottage, lo que hace que estemos ante la posibilidad de asistir a un total de ocho elecciones. Nada asegura que vaya a haber cambios en el color de los respectivos gobiernos, que gozan de niveles de popularidad saludables y se apoyan en coaliciones más amplias o más consolidadas que las que les hacen frente. Aun así, en todos los casos se trata de sistemas políticos competitivos, lo que implica que el cambio de color político no pueda ser descartado en ninguno de los casos.

Cabe preguntarse si esos posibles cambios tendrán algún impacto en las relaciones entre los países de la región o en la evolución de los agrupamientos regionales y subregionales. Sin lugar a dudas, la paz es el máximo valor a preservar en la región, ya que la destaca ante otras áreas del mundo en las que la turbulencia es la norma (afectando la seguridad y las posibilidades de desarrollo) o en las que la tensión permanente pone presión sobre los presupuestos de defensa (como hoy sucede en el Mar de China y la península coreana).

Las amenazas a la paz en la región son muy limitadas y podrían reducirse al peligro siempre latente del derrame del conflicto civil en Colombia o al hipotético deterioro de las relaciones de ésta con sus vecinos. Siendo esto así, vale la pena prestar atención especial a los comicios de mayo en los que el presidente Juan Manuel Santos se juega su reelección. Sin candidatos de peso que le hagan sombra, su objetivo está al alcance de su mano. Sin embargo, ninguna de las encuestas realizadas durante 2013 lo ponen a tiro de evitar una segunda vuelta, con los riesgos que esto implica. Santos, que se distanció de su mentor y predecesor Álvaro Uribe apenas llegado al gobierno, encabeza la coalición Unidad Nacional entre su Partido de la U, el Partido Liberal y Cambio Radical (los conservadores aún no adoptaron una decisión al respecto, aunque forman parte de la base de apoyo al gobierno de Santos). Con su conformación actual, Unidad Nacional representa una especie de reunificación del liberalismo, de donde es originario el actual presidente y de donde se escindió Cambio Radical. Uribe, impedido constitucionalmente de buscar un tercer mandato y separado del Partido de la U, apoya a su ex ministro de Economía, Óscar Zuluaga, en nombre del Centro Democrático.

El reemplazo de Uribe por Santos, en 2010, obró como un bálsamo en la relación bilateral con Venezuela, que había llegado a niveles peligrosísimos a mediados de ese año, con la ruptura de relaciones diplomáticas tras la acusación del entonces jefe de Estado colombiano de que Venezuela brindaba refugio a las FARC. La llegada de Santos al Palacio de Nariño, en agosto, significó un giro de 180 grados en la posición de Bogotá respecto de Venezuela (hecho estimulado también por la oportuna intervención de la Unasur) y también llevó a un mejoramiento marcado de la relación con Ecuador. Lo dramático del giro de Santos podría tentarnos a sobreestimar el peso de los individuos en las relaciones entre países; sin embargo, la orientación elegida por él fue un regreso a una tradición de la política exterior colombiana que se había interrumpido con Uribe, en especial en las postrimerías de su mandato, cuando jugó la carta del nacionalismo en un fallido intento de reforma constitucional para posibilitar su segunda reelección y cuando se hizo más desembozada la influencia de los intereses de los paramilitares en el gobierno. A la desactivación de los conflictos bilaterales, le siguió una participación positiva de Colombia en la Unasur y en la CAN, lo cual es dable esperar que siga siendo así en el caso probable de que Santos sea reelecto.

En Bolivia, Evo Morales va en octubre por su segunda reelección, sin que su oponente de centroderecha Samuel Doria Medina o su ex aliado Juan del Granado aparezcan en condiciones de desalojarlo del Palacio Quemado. Aunque Bolivia no gravita demasiado en la región, donde sigue siendo el país más pobre, un poco probable cambio de gobierno tampoco debería afectar la política regional de La Paz, tanto porque ésta no es objeto de demasiado cuestionamiento por los opositores, como por el hecho de que todo país pequeño tiene opciones de política exterior limitadas. Bolivia tiene por delante un desafío importante en la relación con sus vecinos: calibrar el impacto del fallo de la Corte Internacional de Justicia sobre la delimitación del límite entre Chile y Perú y trabajar por un fallo favorable a su propia demanda contra Santiago por el acceso perdido al Océano Pacífico, presentada en abril de 2013. Esa demanda marcó un momento de enfriamiento momentáneo de las relaciones con Chile, que no habían empeorado (después de alcanzar un nivel excelente cuando Michelle Bachelet era presidenta) con la llegada al gobierno de Sebastián Piñera. Todo hace suponer que el regreso de Bachelet a La Moneda permitirá gestionar con cierta tranquilidad la tensión que traerá el proceso en la corte de La Haya, que se desarrollará en simultáneo con los próximos períodos presidenciales.

En Brasil, la candidata de la coalición que encabeza el Partido de los Trabajadores, Dilma Rousseff, lucha por su reelección en un año en el que los resultados económicos serán mediocres, con varios de los fundadores de su partido en la cárcel como responsables del mensalão y tras las protestas callejeras de 2013 que amenazan con reiterarse en medio del Mundial de Fútbol. Enfrente, siguen el Partido de la Social Democracia Brasileña y sus aliados conservadores y surge con fuerza la candidatura conjunta del socialista Eduardo Campos y la ecologista Marina Silva, ambos ministros del gobierno de Lula da Silva. Aun con ese panorama, las encuestas muestran que Dilma retiene el apoyo de la primera vuelta de 2010, mientras sus opositores no alcanzan ni la mitad de esa intención de voto. Más allá de ciertas inflexiones retóricas, la política exterior de Brasil suscita un amplio consenso interno. Argentina sí debería prestar atención a la llegada de un gobierno que tenga menos “paciencia estratégica” con Buenos Aires, tanto en lo bilateral, como en lo referido a la negociación del acuerdo de libre comercio con la Unión Europea.

Por último, en Uruguay, el ex presidente Tabaré Vázquez tiene pavimentado el camino hacia la candidatura del Frente Amplio, aunque tenga luego que hacer frente al fuerte desafío que le plantean los partidos tradicionales. Su regreso pondría probablemente fin a la retórica amable en la relación bilateral con la Argentina, aunque no cambie el estado pésimo del vínculo bilateral. Si esa variación retórica se da, será más bien un sinceramiento que un empeoramiento de una relación cuyo deterioro es injustificado e insólito.

En una América del Sur que ha alcanzado equilibrios estables, la adrenalina política que traen las elecciones en un mismo año en tantos países no debería provocar alteraciones mayores. Si los statu quo domésticos no parecen amenazados, menos lo está el statu quo subcontinental.

Nota del Editor: Este artículo fue originalmente publicado en la Revista Debate.

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