A la sombra de Mandela y Biko, por Gabriel Puricelli

LPP

En la elección presidencial sudafricana del 7 de mayo, dos ausentes fueron invocados implícita o explícitamente por partidos y candidatos. Por un lado, el recién fallecido Nelson Mandela fue el centro de algunos afiches de la campaña que llevó a la reelección por otros cinco años al presidente Jacob Zuma: “Hacelo por Madiba, votá al Congreso Nacional Africano (ANC)”. Por el otro, Stephen Biko, cuya historia y la del Movimiento Conciencia Negra se entrelaza fuertemente con dos candidatas opositoras: la madre de dos de sus hijos, Mamphela Ramphele, fue candidata por Agang SA (“Construir Sudáfrica”), y la periodista y activista que hizo pública la mentira del régimen segregacionista sobre la muerte de Biko a manos de las autoridades, Helen Zille, quien fue la abanderada del principal partido de oposición, la Alianza Democrática (DA). Al votar a 20 años del fin del apartheid, el sistema político sudafricano puede enorgullecerse de que las raíces de los candidatos oficialistas y opositores se hunden todas en la historia de la lucha contra el sojuzgamiento de las mayorías.

En el plano económico, sin embargo, el acceso de esas mayorías a la distribución de la riqueza del país más desarrollado de África está lejos de haber alcanzado un estadio siquiera parecido a cuanto se avanzó en el plano político. De hecho, la permanencia de la injusticia social se cobró en esta elección un pedazo del ANC de Mandela y explica en parte la leve pérdida de votos (cerca de un 4% menos) que les impidió a Zuma y a los suyos alcanzar los mismos dos tercios del electorado que los llevaron al poder en 2009. Parte de esos sufragios fueron a la Alianza Democrática (que avanzó un poco más de lo que retrocedió el oficialismo), pero la denuncia de la situación económica, caracterizada por un alto desempleo y tasas de crecimiento bajas, fue el combustible de la campaña de la última escisión del ANC, los Luchadores por la Libertad Económica (EFF) del ex líder juvenil de aquel partido, Julius Malema.

El ANC ya había dejado un retazo de sí en el camino en la primera elección de Zuma, cuando sufrió la escisión del Congreso del Pueblo (COPE). En el cuestionamiento al perfil de liderazgo del ahora presidente, este reunió a cuadros leales al sucesor de Mandela, como Thabo Mbeki, destituido a instancias del propio ANC y reemplazado en los últimos meses de su mandato. Con algo más de 7% de los votos, el COPE no representó un escollo para el ANC y su débil plataforma programática no resultó atractiva para nadie pasados los comicios. Los EFF, en la reciente elección, estuvieron cerca de esa misma cifra (y ganaron casi tantos diputados -25- como los que esta vez perdió el COPE), pero es probable que su plataforma de ultranacionalismo económico y de expropiación de tierras a colonos blancos encuentre eco duradero si el camino hacia la justicia social prometida por el ANC no se despeja.

Zille, por otra parte, no sólo logra hacer que la DA alcance más del 22% de los votos, sino que araña el 60% de los votos en la provincia del Cabo Occidental, donde es actualmente jefa de gobierno y en cuya capital, Ciudad del Cabo, se desempeñó como alcalde hasta 2009. Desde una posición liberal-progresista, Zille asume posturas más avanzadas que el ANC (y en particular, que Zuma) en cuestiones de género y en la cuestión de salud pública tal vez más crítica para el país: la lucha contra el sida. En este último tema, tanto el ex presidente Mbeki como su sucesor han tenido posiciones que resultaron embarazosas en vida para Mandela: el primero expresó su escepticismo respecto de que el VIH cause en efecto la enfermedad, y el segundo hizo bandera del no uso de preservativos en su propio ejercicio de la poligamia.

Los seguidores de Ramphele sólo lograron dos diputados. Su destino tal vez esté en reforzar la componente anticorrupción y de centroizquierda en la DA.

Aun con 15 diputados menos que en el Parlamento anterior, el ANC ocupará 249 de las 400 bancas totales y no verá amenazado de ninguna manera su control del Poder Legislativo. Aproximadamente un tercio de las bancas del ANC serán ocupadas por militantes del Partido Comunista Sudafricano (SACP), el segundo vértice de la Triple Alianza con el ANC que completa la Confederación de Sindicatos Sudafricanos (Cosatu). Antes que agregarle complejidad, la vasta presencia comunista reasegura la disciplina de la nueva bancada oficialista en el Parlamento.

Es en el frente sindical donde cruje con más ruido la arquitectura del proyecto que lideró Mandela. En paralelo, más que en consonancia, con la disidencia de los EFF, algunos de los sindicatos más poderosos no sólo se han animado a superar el tabú de no hacer huelga contra un gobierno que se autoproclama “propio” de los trabajadores durante el mandato de Zuma que llega a su fin, sino que los metalúrgicos tomaron por primera vez en 20 años la decisión de no llamar a votar por los candidatos de la Triple Alianza. Al mismo tiempo, el sindicato de los mineros (en un país, recordemos, que es el gigante continental de la minería de piedras y metales preciosos) afronta la emergencia de una disidencia obrerista que ha puesto en pie una organización paralela que sostiene desde hace 4 meses una huelga en las minas de platino. La estrategia de los gobiernos del ANC, desde Mbeki en adelante, de garantizar un buen clima de negocios ha postergado reclamos salariales, y el “black empowerment” ha sido demasiado tímido como para lograr algo más que la absorción de algunos cuadros del ANC en la elite de negocios del país, donde los descendientes de europeos siguen estando sobrerrepresentados.

En el plano internacional, Sudáfrica es un cada vez más activo integrante de los BRICS y uno de los tres (junto a Brasil y la India) que renueva su gobierno este año. En esa esfera, la política no abandonará las coordenadas que la orientan desde el fin del apartheid. El país seguirá proyectando su poder regional sobre sus vecinos del África meridional, ejerciendo una diplomacia correctiva discreta más que la condena pública de las acciones de líderes como Robert Mugabe en Zimbabue. Ello, sin descuidar el papel en la Unión Africana (el Parlamento panafricano tiene sede cerca de Johannesburgo) y en las misiones de paz en Sudán, Somalia, Uganda y Burundi. El énfasis Sur-Sur de las relaciones exteriores seguirá, así como la búsqueda junto a Brasil y la India de nuevos asientos permanentes en el Consejo de Seguridad de la ONU.

Sin el palio moral de Nelson Mandela, el ANC ha ganado la que tal vez sea su primera elección como tan sólo otro partido más y no como la quintaesencia incuestionable de la nación sudafricana. La consolidación de una oposición con credenciales democráticas es un enorme mérito del conjunto de la dirigencia política del país y representa un gran desafío para un partido gobernante que se fijó alguna vez metas más altas que las que está siendo capaz de alcanzar. Las condiciones para cambiar a tiempo están dadas para Jacob Zuma: el quinquenio que se inicia será crucial para ver de qué están hechos los herederos de Madiba y quién mantiene vivo el sueño de Biko.

Nota del Editor: Este artículo fue publicado originalmente en la edición 507 del mes de Abril de 2014 de la Revista Debate.

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